EL PATIO AZUL

Blog del Círculo literario EL PATIO AZUL, en él encontrarás poesía de variada temática, lo social se funde con lo metafísico y aparece reflejado en una filosofía que flota en cada verso. También la narrativa se desliza breve, con talento y sensibilidad.

Monday, October 30, 2006

La esposa del Cantante


Por: Jaime Bayly

Un cantante de nombre improbable, uno de esos cantantes que están de moda porque farfullan un torrente de vulgaridades con poses de rufián y sobándose un poco la entrepierna, está invitado a mi programa de televisión en Miami. No sé nada de él ni de su música, no he oído nunca ninguno de sus discos, pero lo he invitado porque todos me dicen que es muy famoso y que los jóvenes lo adoran y bailan sus canciones ásperas y pendencieras.
El día del programa, que es en directo, el representante del cantante de nombre improbable me llama y me comunica con voz apesadumbrada que dicho artista, si podemos llamarlo así, no podrá asistir a la entrevista porque su esposa ha tenido un grave problema de salud y ha sido llevada de urgencia a un hospital y está muy delicada, y el cantante naturalmente está a su lado y no quiere separarse de ella en un momento tan contrariado.
A pesar de que faltan pocas horas para el programa y no tengo otro invitado, le digo al representante que entiendo perfectamente la cancelación, que lamento el infortunio, que el cantante hace bien en olvidarse de mi programa y quedarse con su esposa, que no se preocupe, que le mande muchos saludos a su patrocinado, el muchacho de la gorrita de béisbol, los anteojos oscuros, las cadenas doradas y las posturas rufianescas. Apenas corto el teléfono, pienso: ¿No será que me están mintiendo, que han enfermado a la esposa porque el cantante con aire de hampón neoyorquino está borracho o dopado o subido en un cocotero o planeando el asalto de un banco? ¿No suena a excusa de dudosa reputación eso de enfermar a un miembro de la familia para sacudirse de un compromiso odioso? Pero luego me digo: No, no pueden estar mintiendo, tiene que ser verdad, esta gente viaja mucho y duerme poco y tiene peleas sentimentales de gran ferocidad y lógicamente se estresa, se angustia, se enferma y termina en un hospital. Por las dudas, tanto por las buenas como por las malas razones, esa noche, durante el programa, digo que el cantante de nombre improbable debía presentarse esa noche conmigo en televisión, pero que desafortunadamente no pudo hacerlo porque su esposa está muy delicada de salud, internada de urgencia en un hospital, y luego, con la voz algo quebrada y una tristeza impostada, le envío a la esposa afligida un saludo muy cariñoso, muy sentido, deseándole una pronta recuperación.
Cuando termina el programa, mientras voy manejando de regreso a casa, suena el celular. Es el representante. Está muy agitado, al parecer molesto. Me dice que he hecho una locura, que no he debido decir que la esposa está en el hospital, que le he creado un problema considerable. Le digo que no ha habido ninguna mala intención en mis palabras, sólo el deseo genuino de que la pobre mujer se reponga de esa crisis de salud y que el cantante, entretanto, se sienta acompañado y comprendido por nosotros, lo que, en rigor, es una mentira vil. El tipo me dice que la esposa no está enferma, que no la han llevado a ningún hospital, que fue una excusa que tuvo que decirme porque el cantante se perdió con una novia jovencita, se escaparon a un hotel discreto en la playa, y no tuvo escrúpulo o pena alguna en cancelar todos sus compromisos, turbado por las comprensibles urgencias de ese amor clandestino.
Le digo que lo siento mucho, que yo le creí, que por eso le mandé saludos a la esposa enferma. Me dice que la prensa lo está llamando, que le piden el nombre del hospital, le preguntan qué tiene la esposa, cuán grave está, y él no sabe qué decir. Y lo peor es que la esposa vio el programa, o alguien lo vio y la llamó preocupada, y ahora está indignada, pidiendo una explicación. Le pido disculpas por mi imprudencia, pero en realidad estoy encantado. Poco después me llama la esposa, que no sé cómo ha conseguido mi número, y se presenta, me dice su nombre, y está llorando, a duras penas consigue hablar. Entonces me doy cuenta de que estoy en problemas. Ella me dice que su esposo, el cantante de aire patibulario y abundantes tatuajes y cicatrices, está furioso, como un loco, rompiendo cosas (quizá una lámpara o un florero o un espejo, pero no sus discos lamentablemente), y que niega haber dicho que ella estaba enferma, pero ella quiere saber la verdad, quiere saber por qué dije lo que dije en la televisión. Le digo la verdad porque ya no cabe mentirle: que el representante me llamó faltando pocas horas para salir al aire y me dijo que el cantante no podía darme la entrevista porque ella estaba muy enferma, casi agonizando en el hospital. Ella grita un par de improperios caribeños, se olvida de despedirme o darme las gracias por mis saludos tan sentidos y corta o rompe el celular o lo tira por el balcón o se lo tira a su esposo. Esa noche duermo con una sonrisa, porque nada es más dulce que una venganza con aire tierno y modales afectuosos. Pero la noche siguiente, cuando salgo del estudio a las once, encuentro mi camioneta con las cuatro llantas desinfladas, la pintura rayada, y una inscripción hecha con aerosol blanco sobre el vidrio delantero que dice: “Tienes un humor déspota. No me gusta tu zarcazmo. Vas a terminar en el hospital”. Ahora estoy escondido, y cuando me preguntan por el reggaetón, digo que me encanta, que es un arte incomprendido.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home

 

Eres el visitante Número:  

Tienda