EL PATIO AZUL

Blog del Círculo literario EL PATIO AZUL, en él encontrarás poesía de variada temática, lo social se funde con lo metafísico y aparece reflejado en una filosofía que flota en cada verso. También la narrativa se desliza breve, con talento y sensibilidad.

Friday, January 26, 2007

LA INFLUENCIA DE BORGES Y EL REALISMO EN CAMINO A LOS EXTRAMUROS DE ITALO MORALES VIERA









Por: Gustavo Tapia Reyes

Aunque alguien le ha dicho a este ensayista, que como crítico debería esforzarse por encontrar lógica hasta en el aparente absurdo, cuanto olvidan es que al asumir nuestros puntos de vista, lo que nunca debe faltar es la sinceridad en cada planteamiento que se hace. A lo menos en eso creo yo cuando, desde un inicio abordé el análisis de la literatura, por medio de una perspectiva que implicó siempre la búsqueda de valores literarios propios, de aportes nuevos válidos para resaltar, de originalidad y calidad (palabrejas tan complicadas) si se quiere, bajo el rigor indispensable que conlleva la dedicación y el estudio. Lo anterior deviene a raíz de la publicación del libro de cuentos Camino a los extramuros (2005)(*) de Ítalo Morales Viera y de quien a la fecha conocíamos textos interesantes compilados en los breves Día de suerte (1999), Memorias de pagano (2001) e incluso las microficciones contenidas en El aullar de las hormigas (2003).
No obstante, con Camino a los extramuros nos sobrevino una enorme interrogante: ¿por qué el autor no prosiguió con sus exploraciones realistas, estéticas, subjetivas sobre temas que pueblan la narrativa peruana desde los años 50, a través de Reynoso, Diez Canseco o Ribeyro, por ejemplo, pero que en su pluma tomaban claramente matices nuevos, prefiriendo dejarse llevar por la influencia asfixiante, abrumadora, terrible del maestro argentino Jorge Luis Borges?. Hasta ignoramos qué sucedió con el talento narrativo de Morales Viera, que le permitió ganar el Primer Premio en el I Concurso de Narrativa Regional Nuevo Chimbote (1998), una Mención Honrosa en el Concurso de Narrativa “Lundero” (1999) y otra similar en el Concurso de Cuento de la II Feria del Libro de Trujillo (2005). Porque está bien saldar una deuda literaria que todos tenemos y, por cierto, no existiendo la generación espontánea, eso es natural de algún modo, mas de ahí a caer de manera tan definida era por lo demás sorprendente.



Basta una simple lectura de El minotauro y el laberinto para advertir que nos remite al célebre El aleph, donde la visión se ubica en un sótano en el cual confluyen todos los puntos del planeta, trasladándonos a que Estaba parado en la cima del Cerro de la Paz, contemplando a lo lejos la bahía de Chimbote y sus alrededores, cuando repentinamente descubrí el laberinto (p.13), es decir, le agrega otro tema de estirpe borgiana, a partir del que se intercalan dos planos, oscilantes entre las reflexiones del protagonista y lo contado por éste a su interlocutor, dubitativo frente a las afirmaciones de quien asegura: el hedor de sus calles no brotaba de las fábricas que molían pescado sino que era el aliento de un ser abominable que gobernaba secretamente la ciudad (p.21) a la par que, fundamentando su teoría, le narra el mito griego acerca de minotauro que vivía en un laberinto y, emulando a Teseo, opta por abandonar sus estudios universitarios, dispuesto a investigar, analizar y defender al terruño de ese monstruo enorme, difuso, voraz, que todos sienten, pero nadie afirma haberlo visto, menos le prestan ninguna atención, hasta un anciano le pregunta: ¿No eres acaso el hijo del Loco Moncada?(p.29), colando así un leve toque de crítica social. Por tanto, une lo antiguo y lo moderno, lo propio y lo ajeno, derrochando una imaginación que relaciona con la mitología para plasmar un cuento que, si bien aspira a otro espacio, también se resiente de esa proximidad con Borges.



En Camino a los extramuros, título a su vez de todo el volumen, hay un decidido apego por la intertextualidad literaria, por cuanto, aparte que el personaje principal a quien interpela el narrador John Mastreta, sea precisamente el autor de Ficciones (1944), se entremezclan fragmentos del famoso Episodio del enemigo, en el cual Ítalo Morales deliberadamente se inspira, dando pie a un cuento que recoge las manías que caracterizaban a aquel: El viejo respiraba como un saurio, lento, gastado: parecía un moribundo (p.57), pese a que en la ocasión quien lo busca es un fotógrafo, imprimiéndole placas aprovechando de su ceguera y se ofrece en sacarlo a pasear por las calles de su entrañable Buenos Aires, en medio de las dudas que incesantes lo asaltan: Estaba en verdad ceremonial, con su pelo encanecido y sus gestos patriarcales. ¿Acaso pensará en Kodama, en Bioy?(p.61), porque los diálogos van en torno a la inmortalidad y los premios, a las posibilidades de continuar siendo quienes son, más allá de la ciudad en que estaban: A estas alturas Borges ya había comprendido que solo una de las alternativas era la que seguíamos. En ese mundo no podría jugar más a la víctima y al verdugo (p.62).



En El sueño de Dios, aparte de aparecer de nuevo dos temas de índole borgiana: lo soñado y lo divino, está lo referente a la ceguera, encarnada en un personaje que viene a ser otra vez el mismo Borges, que como tal recuerda a sus ochenta años de edad: una pesadilla difusa, cargada de imágenes flotantes, bosques fantasmales por donde se levantaban ruinas de monasterios antiguos (p.45), apelando también al recurso de la intertextualidad, empleando fragmentos del conocido Las ruinas circulares que versa sobre un hombre común, cuya certeza acaba siendo que es el sueño de otro, al igual que el protagonista empeñado en materializar a uno mientras duerme, al extremo que, al despertar: Me sentí emocionado porque yo era su padre, su dios y él era mi hijo (p.47), culminando por hacerse autorreferencias a partir de datos biográficos que lo describen en sus preocupaciones humanas, literarias, existenciales, por cuanto la vuelta al inicio es un lado del final: porque yo también soy el sueño de un padre intolerable (¿acaso otro Borges soñado?). Mi muerte será el simulacro del epílogo de mi cuento(p.50), dejando entrever con ello que Borges, por su categoría literaria indudable, es Dios o viceversa.



Por su parte, con Reportaje en las tinieblas, Ítalo Morales se aleja un poco de la influencia de quien, en uno de sus estudios, Miguel Gutiérrez calificara de “novelista virtual”, para inclinarse por un cuento acerca de un periodista llamado Monterroso, quien asesina a un tal Junior y que, sin embargo, ante las inquisiciones de otro periodista apellidado Sileri, -nótese en ambos apellidos la intertextualidad con lo real-, a quien se ha inclinado por vender su historia, no se delata como un mero criminal sino alguien que justifica su proceder sin inmutarse: Es que yo no he matado a un hombre cualquiera. He liquidado una parte de mí, un pedazo de mi organismo se ha ido con él (p.36), entrando en una larga regresión en que recuerda a ese vertiginoso periodo como reportero de notas policiales, que lo llevaran a la búsqueda de fama, decidiendo por ser él quien destaque, encontrándose con la víctima, un sicario implacable que había exterminado decenas de narcotraficantes (p.37), pero que en ese momento se estaba arrepintiendo y convierte en catarsis sus respuestas al periodista, quien ya célebre cayó en las drogas y el anonimato y entonces para salir de ahí opta por matarlo: Abrí los ojos: Junior era un muñeco de trapo con un hoyo rojo en la frente (p.43); mientras en El antropófago, que por su atmósfera se emparenta con el cuento anterior, el narrador es un caníbal persiguiendo a una niña, muda y miope, de nombre Nebenka, a quien devoró sus piernas y afirma seguro: Yo he marcado su vida para siempre (p.51), por tanto la acosa, se esconde, vuelve a salir, porque ese es su modo de alimentarse y siente que así vive, a pesar que entrando en razón evoca su nefasto “debut” a la diez años de edad: Esa vez me comí el dedo de una de mis compañeras del colegio (p.53), habiéndose perfeccionado con el tiempo, seduciendo a muchas mujeres para satisfacer su gusto, siendo su sétima víctima, o sea Nebenka, quien de alguna manera lo ha marcado en su proceder, inundándolo de esperanza: Tal vez, en el fondo, presiento que estoy evolucionando y es posible que en el futuro me convierta en herbívoro (p.55).



En cambio, si nos remitimos a los dos primeros cuentos del libro, La venganza o La mosca, entonces recién estamos frente a la garra del verdadero narrador. En dichos títulos, Morales Viera ha tenido el acierto de despercudirse por completo de la influencia del autor de El libro de arena (1975), se ha librado de la sombra de éste, dando paso a una indudable creatividad que se depura y lo hace cada vez más un mejor narrador. En el primero, se percibe el dramatismo de un acto que deciden ejecutar tres jóvenes para dar muerte a un brujo de apellido Colán que violó a su hermana: cuchillo nuevamente en la cintura, pantalón remangado, ingresan por la parte baja del río, se mojan (p.8), avanzan en medio de la noche, dándose ánimo para proseguir con la decisión tomada, el sujeto ese debía morir y habría que ubicarlo a como dé lugar: Derriban mesas, frascos, yerbas, calaveras; nos tropezamos porque todo es oscuro como una caverna (p.11), sin presagiar que el brujo les pondría una trampa y mientras se hallaban buscándolo dentro, les echa por fuera combustible y fósforo: Colán, chacchando su coca, recuerda los gritos de auxilio en la noche (p.12).



En el segundo, por último, está el protagonista en un mediodía cualquiera disponiéndose almorzar cuando, en una situación común y corriente: una mosca danza en el aire, evoluciona sobre mi plato de sopa y planea con osadía frente a mis narices (p.31), que gracias a la destreza del autor se convierte con su prolongada descripción en una típica como auténtica batalla del hombre contra el insecto, enfrentándose a vida o muerte, donde aquel es despojado de su condición de fuerte, debido a la audacia manifestada por aquella, pese a que: Ya nada puede detenerme porque mi rival me saca de quicio, me aniquila el carácter y me desequilibra poco a poco (p.32), solo uno debe ganar, en la medida que lo ordinario se ha transformado en fabuloso, lo cercano en sorprendente: con mi orgullo de combatiente, descubro que mi enemiga yace muerta (p.34).



Técnicamente nada podemos objetarle a Ítalo Morales, quien desde un principio se ha revelado como un escritor que pone mucho énfasis en el punto de vista con que afronta un tema. No únicamente se embarca por ver qué sucede sino que antes encuentra el lado preciso para, siguiendo las exigencias defendidas por Julio Cortázar, alcanzar la “intensidad y tensión” en cada cuento, captando el interés del lector al hacer fluir los párrafos que irán formando lo esencial de la materia narrada. En tal sentido, cinco de los siete cuentos del libro están orientados empleando la primera persona y que, aunados a Reportaje en las tinieblas, que se desarrolla entre preguntas y respuestas de los personajes principales más La venganza, que intercala la primera y tercera persona, sea en singular o plural, logran mayoritariamente ser concluidos con las frases que resultan indispensables. A esto contribuye en gran medida el lenguaje intelectual manejado por Morales Viera, afrontando el reto que, a partir de ahí, se convierta en un narrador breve que supere la influencia borgiana.



Por eso mismo, al autor poco le interesa desenvolver o ilustrar una determinada historia, solo plaga sus textos de una serie de reflexiones que van configurándolo en la dimensión de quien halla en la literatura el campo propicio para especular, paradójicamente, con fundamentos, en torno a diversos personajes, acaso arquetipos que encarnan a la perfección sus preocupaciones en torno a la vida, el misterio, la muerte, el miedo, la angustia, el destino del hombre, entre otros temas, conduciéndonos a reconocerle el mérito de ser uno de los más definidos narradores que ha puesto a Chimbote en la categoría de escenario literario global, distante del costumbrismo pintoresco y localista de otrora. En suma, a nuestro entender, Camino a los extramuros es un buen primer libro de aprendizaje, del cual esperamos pronto el autor emerja para continuar en el camino y, al mismo tiempo, un hermoso tributo a Borges, un decidido compromiso con la narrativa de quien, más que ningún otro escritor (el consenso es mundial), mereció recibir el Premio Nóbel de Literatura.

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(*) MORALES, Ítalo Camino a los extramuros, Colección Biblioteca Ancashina, Volumen 2, Ediciones Altazor, Lima 2005.

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