EL PATIO AZUL

Blog del Círculo literario EL PATIO AZUL, en él encontrarás poesía de variada temática, lo social se funde con lo metafísico y aparece reflejado en una filosofía que flota en cada verso. También la narrativa se desliza breve, con talento y sensibilidad.

Wednesday, January 24, 2007

Ella tiene mala cara


Por: Jaime Bayly

Saliendo del cine de Lincoln road, ella quiere ir al baño. Me detengo a esperarla. Ella entra al baño, pero sale enseguida con mala cara y dice que hay mucha gente, unas colas horribles, y que mejor irá al baño del Starbucks de Alton road, que está a una cuadra, mientras yo saco la camioneta del estacionamiento. Poco después, detengo la camioneta en la puerta del Starbucks y ella sube con su café y un jugo para mí. Tiene mejor cara. Pudo ir al baño. Está más tranquila. No mucho más allá, paso por dos huecos en Alton road. La camioneta tiembla un poco. Ella derrama el café en sus manos y sus piernas. No le había puesto la tapa de plástico. Se quema las manos. Grita. Me detengo. Ella tira el café a la calle, se seca las manos con la falda manchada, me dice que sigamos, que es su culpa por no poner la tapa. Tiene mala cara.
Antes de entrar a la autopista, ella me dice que le hubiera gustado quedarse paseando por Lincoln road, que no entiende por qué debemos regresar a la casa tan pronto, siendo un sábado en la noche. Le digo que no me provoca pasear por esa calle un sábado en la noche porque suele estar muy congestionada, pero que, si quiere, la dejo un par de horas, me voy al gimnasio y luego regreso a buscarla. Me dice que no, que no le provoca quedarse sola. Le pregunto si está segura. Me dice que sí. Pero tiene mala cara. Tiene cara de estar harta de mí. Ya en la autopista, saco el celular y llamo a la madre de mis hijas, que está en Lima, en la playa. No la encuentro. Dejo un mensaje cariñoso. Le digo que la extraño, que en dos semanas estaré con ella y las niñas para pasar una semana en la playa y que luego vendremos de vacaciones a Miami. Guardo el celular. Ella me mira con mala cara y me dice que no entiende por qué soy tan cariñoso con la madre de mis hijas. Porque es la madre de mis hijas, le respondo. Pero me odia, responde ella. Y no deberías querer tanto a una persona que me odia, añade. No te odia, le digo. Quizá te tiene celos. Quizá te ve como una rival. Pero no te odia. Sí me odia, se enfurece ella, y me mira con mala cara. Me odia. No lo niegues. Y tú la sigues tratando como si fuera una reina. No te importa que la gente me odie, tú igual te llevas bien con ellos. Como con tu amiguito José Manuel o con tu novia Andrea, que me detestan, hablan mal de mí y tú como si nada, son tus grandes amigos, te da igual, no me defiendes. Exageras, le digo. Nadie te odia. Estás viendo fantasmas. Se hace un silencio. Ella tiene mala cara.
No me regalaste nada por Navidad, dice. Me quedo sorprendido por el reproche. Pero fue un acuerdo, tú misma me dijiste que mejor no nos regalaríamos nada, le digo. Sí, pero después me arrepentí y te regalé un maletín de cuero que me costó un montón de plata, me recuerda, furiosa. Y tú no me regalaste nada, te dio igual, añade. Pero a ella, a tu ex, que me odia, le diste no sé cuántos regalos, ¿o no? Bueno, sí, pero eso no tiene nada que ver contigo, pasé las fiestas en Lima con ella y mis hijas y era natural que les diese regalos a las tres, ¿o querías que llevase regalos a mis hijas y no a la mujer que me dio a mis hijas? Ella me mira con mala cara y dice: ¿Y yo qué? ¿No podías darme aunque sea un regalito? Lo siento, le digo. Pensé que no tenía tanta importancia. Fue un error. Mañana mismo te daré tu regalo de Navidad. Ella me mira con mala cara. ¡Ya no quiero un regalo!, se enfurece. ¡Ya no es Navidad!, me recuerda. Todos los días son Navidad, le digo, a ver si se ríe, pero no se ríe. Luego me equivoco gravemente. Además, tú me dijiste que tu regalo de Navidad podía ser el pasaje para que vinieras a Miami, le digo. Ella me mira con mala cara. ¿Ese fue tu regalo? ¿Un vulgar pasaje en económica de Nueva York a Miami?, me pregunta. ¿Por qué yo, tu amante secreta, tengo que volar en económica, y a tu ex la haces volar en ejecutiva? ¿Hasta cuándo me vas a mandar atrás, como si no estuviera a la altura de tu ex? ¿Por qué a ella no la mandas atrás también? ¿No ves que a ella la tratas como a una reina y a mí me tratas como a una puta barata? ¿Crees que me hace gracia viajar en económica, cuando tú y ella viajan siempre en ejecutiva? Me quedo callado. No tengo defensa. Lo siento, le digo. Fue un error no darte un regalo por Navidad y mandarte el boleto en económica. No volverá a ocurrir. Digo “no volverá a ocurrir” y pienso “porque es mejor que te quedes en Nueva York y no vengas a verme”. Pero eso no se lo digo. Llegando a la casa, ella se encierra a hablar por teléfono. No sé con quién está hablando porque habla en voz muy baja, para que no pueda oírla. Para no sufrir (o para sufrir de otra manera), me voy al gimnasio. Trotando en la faja, pienso que es mejor que ella regrese a Nueva York y se quede allá y no venga a verme de vez en cuando. Luego paso por la farmacia y le compro el perfume que más le gusta y pido que lo envuelvan con papel de regalo de Navidad. Cuando llego a casa, le doy el perfume pero ella tiene mala cara, me agradece secamente, no me da un beso y sigue escribiendo en la computadora y me mira como diciéndome que la estoy interrumpiendo, así que me retiro en silencio. Tarde en la noche, cuando ella duerme, bajo a la computadora y descubro que ha estado chateando con Jorge Javier, un amante que tuvo o tiene en Madrid. Es fácil descubrirlo porque ella ha dejado el chat abierto, quizá por descuido, o más probablemente para que yo lo lea y sufra. Ella le dice a Jorge Javier que está harta de mí, que la trato mal, que es como si todavía estuviera casado con la mujer que me dio dos hijas, que nunca me voy a casar con ella, que la trato como si fuera una amante de paso. Y ella ya no aguanta más mi frialdad, mis caprichos, mis desplantes. Luego descubro que ha estado viendo pornografía en internet. Es fácil descubrirlo porque ella ha dejado varias ventanas abiertas, seguramente con la intención de que yo las encuentre cuando baje a escribir. A la mañana siguiente, ella regresa a Nueva York en clase económica, pasillo, fila 25. Cuando vuelvo a la casa, encuentro en mi cama el perfume que le compré, con una nota que dice: “No todos los días son Navidad”.

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