La deuda que saldó tu mirada.
Por: Jaime abanto Padilla.
La deuda que saldó tu mirada.
Después de mucho tiempo he vuelto a encontrarte, después de años. La última vez que te vi fue en una calle descolorida en mi memoria. Apenas nos miramos y volvimos a extraviar las miradas como arrepentidos por volver a encontrarnos. Y hoy he vuelto a verte como antes, como hace doce años en que te llevaste algún poema para siempre, porque nuestro amor era casi clandestino, casi real, casi verdad y casi mentira, porque mi vida es un casi perpetuo como esos jaques que suceden en el ajedrez para no perder la partida.
He vuelto a verte como antes, cuando alguna vez caíste dormida en mis brazos, caíste, es un decir, era otra edad y otras mañanas nos aguardaban, esas tardes en que éramos cómplices de furtivas prácticas de biología que nunca se daban, esas tardes ya pasaron, ya pasaron los días en que tomabas tu bata blanca de laboratorio para llegar hasta donde nos encontrábamos. Para decir que nos amábamos, para inventarle nombres nuevos a las cosas.
El tigre de felpa que era un juguete de aquellos días murió un día despanzurrado en las manos de un niño juguetón, ese día los recuerdos que dormían en mi mente también empezaron a morir tupidos por la niebla de los días. Después que te fuiste las rosas empezaron a morir, las siemprevivas dejaron de serlo y su deceso empezó lentamente hasta caer en briznas moradas sobre el tapete de la vieja mesa.
Por eso Liz, nunca fue ese tu nombre pero era la palabra que te daba alas y te hacía llegar a Némesis, la estrella, porque en el fondo eras eso, una estrella alejada de todos y que después desapareció uno años cuando fuiste a otra ciudad a estudiar otra carrera que no sea la de Filosofía ni la Biología y nuestras blancas batas de laboratorio quedaron colgadas eternamente en el olvido.
No he vuelto a saber de ti hasta esta tarde en que el destino nos puso en frente. No sabía si debía mirarte o no. Después de doce años las que creímos que alguna vez fueron heridas cerraron, o simplemente nunca existieron Némesis, por eso tu ojos se hundieron en los míos de nuevo y los míos se perdieron en tu universo. Ya no somos esos jóvenes silenciosos que bebieron agua de una piedra una mañana de sed. Tampoco diseccionamos ranas ni aves en aburridas clases de biología. Hoy otro tipo de diseccionistas nos abren el alma para ver nuestras reacciones, el tiempo se encargó de jugar a la disección con nuestras vidas. Por eso te he mirado como ayer, emocionado por el brillo de tus ojos como antes, por tu rostro de niña feliz y mirada tierna. Mañana puede ser tarde para decirte que te anduve buscando en soledades y abandonos, que no he olvidado las últimas promesas de una tarde que llovía.
Los días que pasaron fueron lecciones aprendidas y aún hubo tiempo para encontrarnos de nuevo, para evocar tus manos mensajeras escribiendo versos en el infinito y tu risa inundando la casa que no era nuestra, esa casa donde habitaba el eco de diciembre, del mismo que nos fue negado después.
Aún hubo tiempo Liz, de decirte que lamento las horas de ausencia que te di, las promesas incumplidas y de no haber tenido ganas de ser feliz. Tu mirada le ha devuelto a las tardes una alegría que había quedado detenida, como una deuda de vida que hoy con tus ojos ha sido pagada.
La deuda que saldó tu mirada.
Después de mucho tiempo he vuelto a encontrarte, después de años. La última vez que te vi fue en una calle descolorida en mi memoria. Apenas nos miramos y volvimos a extraviar las miradas como arrepentidos por volver a encontrarnos. Y hoy he vuelto a verte como antes, como hace doce años en que te llevaste algún poema para siempre, porque nuestro amor era casi clandestino, casi real, casi verdad y casi mentira, porque mi vida es un casi perpetuo como esos jaques que suceden en el ajedrez para no perder la partida.
He vuelto a verte como antes, cuando alguna vez caíste dormida en mis brazos, caíste, es un decir, era otra edad y otras mañanas nos aguardaban, esas tardes en que éramos cómplices de furtivas prácticas de biología que nunca se daban, esas tardes ya pasaron, ya pasaron los días en que tomabas tu bata blanca de laboratorio para llegar hasta donde nos encontrábamos. Para decir que nos amábamos, para inventarle nombres nuevos a las cosas.
El tigre de felpa que era un juguete de aquellos días murió un día despanzurrado en las manos de un niño juguetón, ese día los recuerdos que dormían en mi mente también empezaron a morir tupidos por la niebla de los días. Después que te fuiste las rosas empezaron a morir, las siemprevivas dejaron de serlo y su deceso empezó lentamente hasta caer en briznas moradas sobre el tapete de la vieja mesa.
Por eso Liz, nunca fue ese tu nombre pero era la palabra que te daba alas y te hacía llegar a Némesis, la estrella, porque en el fondo eras eso, una estrella alejada de todos y que después desapareció uno años cuando fuiste a otra ciudad a estudiar otra carrera que no sea la de Filosofía ni la Biología y nuestras blancas batas de laboratorio quedaron colgadas eternamente en el olvido.
No he vuelto a saber de ti hasta esta tarde en que el destino nos puso en frente. No sabía si debía mirarte o no. Después de doce años las que creímos que alguna vez fueron heridas cerraron, o simplemente nunca existieron Némesis, por eso tu ojos se hundieron en los míos de nuevo y los míos se perdieron en tu universo. Ya no somos esos jóvenes silenciosos que bebieron agua de una piedra una mañana de sed. Tampoco diseccionamos ranas ni aves en aburridas clases de biología. Hoy otro tipo de diseccionistas nos abren el alma para ver nuestras reacciones, el tiempo se encargó de jugar a la disección con nuestras vidas. Por eso te he mirado como ayer, emocionado por el brillo de tus ojos como antes, por tu rostro de niña feliz y mirada tierna. Mañana puede ser tarde para decirte que te anduve buscando en soledades y abandonos, que no he olvidado las últimas promesas de una tarde que llovía.
Los días que pasaron fueron lecciones aprendidas y aún hubo tiempo para encontrarnos de nuevo, para evocar tus manos mensajeras escribiendo versos en el infinito y tu risa inundando la casa que no era nuestra, esa casa donde habitaba el eco de diciembre, del mismo que nos fue negado después.
Aún hubo tiempo Liz, de decirte que lamento las horas de ausencia que te di, las promesas incumplidas y de no haber tenido ganas de ser feliz. Tu mirada le ha devuelto a las tardes una alegría que había quedado detenida, como una deuda de vida que hoy con tus ojos ha sido pagada.
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