EL PATIO AZUL

Blog del Círculo literario EL PATIO AZUL, en él encontrarás poesía de variada temática, lo social se funde con lo metafísico y aparece reflejado en una filosofía que flota en cada verso. También la narrativa se desliza breve, con talento y sensibilidad.

Wednesday, November 08, 2006

CAMA


Por:Fransiles Gallardo Plasencia

Entrando, a la mano derecha, está la cama de eucalipto. Grande, dura y fuerte; como las cosas que se hacían antes “pa que dure bastantito”, que el viejo Joshua la ha mandado hacer, con su compadre Armando Gavilano “el más mejor carpentero”, de la provincia de Condormarca.

- “Pa que siacuérdeste, siempre de mi, compadrito y dejuro, osté se morirá y las maderas ni picadas estarán, lo digo yo, su compadre de tantos años”.

“Ño Armandito”, como gusta que le digan; no comienza el día, ni cierra trato alguno, ni empieza cualquier trabajo; sin meterle “siquiera un parcito de guaracazos de cañazo, pa la espiración y el pulso y pa que las cosas salgan bien hechas y derechas o sideno”; aunque a veces, se le pasan los guaracazos de cañazo y termina con las uñas negras o lo que es peor, sin uñas y con los dedos amarrados con trapos de colores.

- “Poniendo la clavo derecho, derechito, cerrando la ojo, apuntando bien y zass pum un martillazo, no en la clavo maldecido, sino en la dedo; yayau, barajo, yayauu”-metiéndoselo a la boca, salivita echando, sobándolo, pujando y ajustándolo entre las rodillas, para aliviar el dolor- “cacau mi uña, pajuera ley teniu que sacar”.

En esa vieja cama de eucalipto, nacieron sus doce hijos. Solo sobrevivieron seis.

- “Se murieron los más mejores y nos quedamos los más peores”- comentaría
años después, con nostalgia y tristeza el Segismundo.

Sigue igual de fuerte y dura; descolorida y no tan grande, como nos parecía antes. Su colchón de sonja cocida, hecha a la medida “ por ño Juancito Guerrita, que a lomo de su burro diarriba del pueblo del Bautista lo trajo”, aún sobrevive, con huellas amarillas de su trajín “y que pué será de su vida; dejuro siabrá muerto ya, acacaucito, que Diosito se apiade de su almita”, y sus largas almohadas, rellenas de lana de carnero, que van de canto a canto.

Las sábanas y cubrecamas han cambiado. No son las de bramante ni género bordado, de las grandes ocasiones; ni las de marca “santa rosa o nicolini”, de los costalillos de harina de trigo “bien lavaditas pal diario, más que seya, servirán”, cocidas por mamá Beca, en la vieja máquina singer de mano. Las de ahora son de figuras geométricas, colores chillones y flores extrañas, que dicen made in Taiwán.

Tenemos predilección por esa cama. Nuestros miedos de medianoche se desvanecían, metiéndonos presurosos a los pies; sintiendo el calor y la presencia de los viejos queridos.

Nuestras siestas de mediodía, tienen el eterno sabor de la infancia.

Cuantos siglos de sueño habremos pasado sobre esa vieja cama. Infinitos llantos han soportado sus almohadas. Décadas de placer entre sus sábanas. Insufribles dolores de alumbramiento para parirnos. Ayes y lamentaciones por las enfermedades pasadas. La infinidad de veces, que la habremos orinado. Cuantos sueños se quedaron solo en sueños, en palabras marchitas, promesas no cumplidas y juramentos quebrantados.

Está desvencijada y desvalida; pero sigue en pie. Como el viejo palto de la huerta de la casa de la Playería: añoso, descascarado, menospreciado. Pero ahí está, floreciendo en cada primavera, dando frutos en cada verano.

La miramos nuevamente y la nostalgia como brisa de madrugada, invade nuestro golpeado corazón. La tristeza de sus maderos se cuela entre nosotros, haciéndonos temblar.

En tanto crecían los hijos; el viejo Joshua hacía las “parachas”, con horcones de espino y carrizo, que servirían de nuestras camas “grande estás ya cholo, paque duermas solo ya” y estrenábamos cama nueva “pa dormir panza parriba, panza pabajo y revolcarnos a nuestro gusto, roncando de lo lindo, sin que nadies nos friegue la vida”. Los pellejos “de las huishas y los chivos”, eran nuestros colchones. Las frazadas de lana de carnero merino, abrigaron inviernos lluviosos y madrugadas tibias, de nuestra lejana infancia.

Ahora, en otras latitudes; en residencias fijas o en hoteles de paso; entre edredones de seda y sábanas importadas, colchones ortopédicos y almohadas de plumas; buscamos y rebuscamos, el querendón aroma de la esa vieja cama y nunca jamás, pudimos encontrar.

En la lava de los difuntos viejos; mientras limpiamos la casa; siguiendo la usanza de la Playería; revolviendo tristezas, desempolvando recuerdos, hurgando nostalgias; el Segismundo, medio en serio, medio en broma, nos dice:

- “ Cuidadito, mucho cuidadito con el templador de mi mama, que tuavía sirve “,
a pesar del dolor que ensombrece nuestros corazones, sonreímos. Sabemos bien, que expresan esas frases; que hay detrás de esas palabras y cuanto significa para todos.

Esa cama tiene sesentaicinco años de historias mudas y recuerdos frescos, y probablemente nos sobreviva.

Si es que antes, no se deshacen de ella “ por estar vieja, ocupar sitio y ser solo
un triste estorbo”.

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