EL PATIO AZUL

Blog del Círculo literario EL PATIO AZUL, en él encontrarás poesía de variada temática, lo social se funde con lo metafísico y aparece reflejado en una filosofía que flota en cada verso. También la narrativa se desliza breve, con talento y sensibilidad.

Tuesday, March 13, 2007

La mujer casada


Por: Jaime Bayly

La mujer casada le dice a su esposo que va al siquiatra, que volverá en un par de horas. Es mentira. Va a casa de su amante, que la espera sin entusiasmo y piensa escribirle un correo electrónico cancelando el encuentro, pero no lo hace. Si bien la mujer casada ama a su esposo, con quien tiene dos hijos, no soporta que esté todo el día en la casa desde que lo despidieron del trabajo.


Era feliz cuando él se iba a trabajar por la mañana y ella se quedaba en la casa con los niños y la empleada colombiana. Se sentaba horas frente a la computadora, tratando de escribir una novela sobre su infancia en La Habana. Pero ahora no puede escribir (o fingir que escribe, mientras divaga en internet) porque su esposo está dando vueltas en la casa, hablando por teléfono, jugando con los niños, y su sola presencia la perturba e irrita secretamente.


La mujer casada se despide de su esposo y sus hijos, sube a la camioneta que le regaló su esposo, conduce lentamente (porque sabe que conduce mal) y media hora después llega a la casa de su amante. Son las once en punto de la mañana. Es una hora inconveniente para su amante, que suele dormir hasta pasado el mediodía. Ha puesto la alarma a las diez, se ha levantado de mal humor, arrepentido de haber pactado esa cita furtiva, se ha dado una ducha fría y ha ordenado y limpiado un poco las cosas para que ella no le dé una reprimenda por vivir en condiciones tan descuidadas.


Al salir de la ducha, ha pensado en llamar a la mujer casada y decirle que está enfermo, que no puede verla, pero no ha tenido valor para hacerlo y se ha resignado, como suele pasar en su vida, a que las circunstancias o el azar prevalezcan sobre su voluntad. Cuando ve a la mujer casada en la puerta de su casa, bajando de la camioneta, el amante se dice a sí mismo: “Menos mal que no cancelé la cita, había olvidado lo bella que es”. No se han visto hace un mes o poco más. La última vez que se vieron no pudieron besarse o acariciarse porque estaban en casa de la mujer casada, celebrando su cumpleaños, y naturalmente allí se encontraba también el esposo, que es amigo del amante o que al menos le tiene aprecio al amante y nunca pensaría que está acostándose con su mujer, principalmente porque supone que al amante le gustan los hombres (lo que es verdad) y sólo los hombres (lo que no es verdad).


La mujer casada viste esa mañana unos pantalones ajustados y una blusa blanca. Su amante se ha puesto unos pantalones holgados y una camiseta ancha para encubrir su barriga. Se dan un beso. Pasan a la cocina. Ella pide agua. No hay botellas de agua. Su amante ha olvidado comprarlas. Le sirve agua del grifo de la cocina. Ella se molesta y dice que sólo toma agua de botella. El le ofrece jugo de naranja. Ella declina. Luego se levanta, coge un vaso y lo llena con agua de caño. Cuando se dispone a beber el agua, hace un gesto de asco. El vaso está manchado con minúsculos pedazos amarillentos de naranja que han quedado impregnados, resecos, en el vidrio. Ella le dice que es un cerdo, que los gérmenes de esas partículas putrefactas de naranja pueden dar cáncer. Su amante hace un gesto resignado y dice que todo da cáncer, que seguramente lavar los vasos con detergente también da cáncer. Luego le sirve uvas y pasta de guayaba y ella parece de mejor humor porque le encanta comer pasta de guayaba y dice que los besos de su amante saben a guayaba y a veces cuando están en la cama le dice “méteme guayaba”, que es una expresión que a él le encanta.


La mujer casada le pregunta si ha leído su novela, el borrador de la novela que le entregó la noche de su cumpleaños. Su amante dice que sí la ha leído, que le ha gustado. No miente. Pero luego le dice que el título no le ha gustado y que el final podría mejorar. Ella come guayaba y escucha en silencio. El piensa que sólo les queda media hora (porque la cita con el siquiatra supuestamente dura una hora) y que es una pena que estén perdiendo el tiempo hablando de aquella novela que, si bien ha leído con interés, cree que no merece ser publicada tal como está (pero eso no se lo dice). Luego le dice que el final es demasiado feliz, que los buenos finales nunca son tan felices porque la felicidad sólo produce mala literatura y porque además en la vida nunca nadie tiene un final feliz, todos se mueren. Ella dice que no pensó mucho ese final, que simplemente se cansó de escribir.


La mujer casada ignora el timbre de su celular. “Es mi marido, qué pesado”, dice. Luego le dice a su amante que la otra noche lo vio en la televisión y lo odió. “Eres un tonto y un ignorante”, le dice. Su amante sonríe, la abraza por detrás, le huele el cuello, la besa. Ella le dice que no soporta verlo en televisión, que no tiene gracia, que trata mal a sus invitados, que se cree más listo de lo que es. Su amante goza extrañamente siempre que ella lo critica (algo que ocurre con frecuencia) porque le recuerda que así se conocieron, una noche, a la salida del teatro, donde él presentó un monólogo de humor, cuando ella se le acercó, con una falda corta y botas blancas, y le dijo: “Devuélveme la plata, no me hiciste reír nada”.


La mujer casada y su amante pasan a la habitación. El celular vuelve a sonar, pero ella lo ignora. Luego se quita con dificultad el pantalón ajustado, pero no la blusa, porque no le gustan sus pechos, dice que se le han caído después de amamantar a sus dos hijos. Su amante se saca el pantalón, pero no la camiseta, porque no le gusta su barriga, le da vergüenza. Aunque va al gimnasio todos los días y hace abdominales, su barriga no cede y amenaza con extender sus dominios. Se besan. Se tocan. En realidad, ella no hace nada, sólo se deja besar y tocar. Luego él va al baño y advierte que no tiene condones. Se lo dice. Ella se queda tendida en la cama y dice: “No importa. Mejor. Ya sabes lo que tienes que hacer”. Cuando terminan, vuelve a sonar el celular. La mujer casada contesta y le dice en inglés a su marido que está saliendo de la consulta del siquiatra, que lo ama, que está en camino. Luego se viste deprisa, se echa un perfume que saca del bolso y camina hasta la puerta. Su amante la acompaña en calzoncillos. Antes de irse, la mujer casada lo mira con un brillo malicioso y le dice: “Yo sé que no me amas. Yo tampoco te amo. Te estoy usando. Voy a acostarme contigo hasta que me ayudes a publicar la novela. Después no me verás más”. Su amante se ríe y la ve alejarse, pero sabe que no está bromeando.
 

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