LA TATA
LA TATA / Jaime Abanto Padilla/
Habían dado las dos de la madrugada cuando el ruido de un motor alertó a Javier, quien aún se mantenía en vigilia impresionado por sus recuerdos. El ruido de las llaves en la puerta anunció la llegada de Claudia. Otra vez él se dio una vuelta en la cama y fingió dormir en profundo sueño. Los pasos se fueron haciendo más cercanos hasta llegar a la habitación. La luz se encendió iluminándolo todo; esa blanquecina luz del fluorescente molestó al pequeño Ernesto que dormía plácido en una cama contigua de la misma habitación; su cuerpecito giró mientras de sus labios brotaban incomprensibles diálogos talvez producto de su dulce sueño. Claudia quedó mirando con detenimiento la escena, el padre y el hijo dormían a plenitud; se quitó los zapatos con alivio y encendió el televisor. Javier fingió despertar súbitamente, con los ojos entreabiertos preguntó: -¿qué hora es?-
-La una- respondió Claudia mientras se desvestía. Él pudo ver su blanco cuerpo desnudándose, pero una sensación extraña lo invadía; después de cinco años de matrimonio sentía temores que lo doblegaban, cinco años de casados, siete años de amor antes del matrimonio, doce años que se le escapaban de las manos, la familia se desintegraba, el niño aún muy pequeño para todo esto. -¿cómo te fue?- Preguntó impacientándose por tan corta respuesta.
Habían dado las dos de la madrugada cuando el ruido de un motor alertó a Javier, quien aún se mantenía en vigilia impresionado por sus recuerdos. El ruido de las llaves en la puerta anunció la llegada de Claudia. Otra vez él se dio una vuelta en la cama y fingió dormir en profundo sueño. Los pasos se fueron haciendo más cercanos hasta llegar a la habitación. La luz se encendió iluminándolo todo; esa blanquecina luz del fluorescente molestó al pequeño Ernesto que dormía plácido en una cama contigua de la misma habitación; su cuerpecito giró mientras de sus labios brotaban incomprensibles diálogos talvez producto de su dulce sueño. Claudia quedó mirando con detenimiento la escena, el padre y el hijo dormían a plenitud; se quitó los zapatos con alivio y encendió el televisor. Javier fingió despertar súbitamente, con los ojos entreabiertos preguntó: -¿qué hora es?-
-La una- respondió Claudia mientras se desvestía. Él pudo ver su blanco cuerpo desnudándose, pero una sensación extraña lo invadía; después de cinco años de matrimonio sentía temores que lo doblegaban, cinco años de casados, siete años de amor antes del matrimonio, doce años que se le escapaban de las manos, la familia se desintegraba, el niño aún muy pequeño para todo esto. -¿cómo te fue?- Preguntó impacientándose por tan corta respuesta.
-Bien, fue una bonita fiesta- Y se envolvió en las frazadas dándole la espalda. Él sabía que hacía tiempo las cosas se habían deteriorado, desde que Tata apareció en sus vidas todo tomó un matiz diferente, Tata era una mujer a quien Claudia conoció en el hospital, en su trabajo de enfermera. Tata trabajaba en cosas administrativas, era una técnica en servicios contables, costeña, acriollada, de piel oscura y rasgos hombrunos, fea, muy fea para ser mujer. Empezó por las acompañadas nocturnas de regreso a casa; cuando salían del hospital iban juntas hasta la casa caminando en amena parla, esos acompañamientos nocturnos se hicieron cotidianos, eternos y Javier fue siendo desplazado imperceptiblemente, fue cediendo terreno lentamente. Cuando él decidía ir a recoger a Claudia de su trabajo, iba a esperarla donde siempre, en la esquina frente al hospital, en el mismo lugar donde la esperó por años pero inevitablemente siempre encontraba a Tata esperando, siempre se le adelantaba. Luego empezaron las visitas a la casa con más frecuencia cada vez. Pero el hastío desbordó cuando Tata fue despedida del hospital por reducción de personal y se quedó sin empleo. Las visitas a la casa se fueron prolongando, hasta tomar el día entero y parte de la noche. Javier empezó a analizar con detenimiento la conducta de Tata, se reía como un camionero, su voz era fuerte y socarrona, gustaba fumar y llenar crucigramas, siempre vestía de pantalón, nunca la vio usar una falda; en vez de cartera usaba una mochila y sus zapatos semejaban los de un militar en marcha de campaña.
Sus sospechas fueron alimentándose más con las salidas nocturnas de Claudia y Tata
- Son compromisos de trabajo- le decía Claudia,
- tú puedes venir si quieres- argumentaba.
Una noche Javier sabía que Claudia saldría a una fiesta con Tata. Se preparó y quiso sorprenderlas. Cuando Claudia regresó del hospital se acicaló con pulcritud, se contemplaba en el espejo mientras se maquillaba.
- Esta noche iremos juntos – Prorrumpió él. Ella fingió tranquilidad y sonrío.
- ¿qué te pasa ahora?- Interrogó disgustada.
- Nada. No es nada, es que quiero ir esta vez a la fiesta- añadió con una falsa sonrisa que trataba de ocultar el torrente de dudas y temores.
A las diez en punto Tata llegó en un taxi a recoger a Claudia, esta vez tendrían un acompañante extra, Claudia y Javier subieron al carro; el automóvil atravesó la ciudad hasta el lugar indicado donde sería la fiesta. En el fondo de su alma Javier abrigaba la esperanza de la existencia de la fiesta y así fue, la casa existía, también la fiesta, el grupo de enfermeras compañeras de Claudia y Tata estaban en una amena fiesta. El número de hombres era reducidísimo para el número de mujeres que habían en el salón, sólo cuatro hombres y más de veinte mujeres, esa desventaja numérica de géneros era aprovechada por Tata como el cazador que encuentra una manada de presas. La fiesta prosiguió, Tata bailaba feliz con Claudia, con Rita, con Andrea la chiquita, con Lisbeth, con Nimia; fumaba como un condenado y daba alaridos de felicidad.
Las sospechas se confirmaron, la conducta de Tata tenía mucho de hombre, un hombre estaba atrapado en ese cuerpo enteco y aberrante y luchaba por salir desesperadamente. El ron aumentaba su euforia y sus carcajadas rebotaban atrozmente en las paredes hasta desaparecer por las ventanas que daban a la calle.
De regreso a casa las cosas parecían evidentes ya no había dudas, Javier habló con Claudia sobre la conducta de Tata. Claudia aceptó que Tata tenía algunos arrebatos anormales que a nadie le hacían daño. Inocuos al mundo circundante de ambos.
-Ella es así, alegre, es su forma de ser- respondía abrumada por las interrogantes; una vida infeliz era el preludio de la vida de Tata, un abandono temprano en su niñez, la había dejado a expensas de unos tíos. Los primero años fue aceptada como la sobrina desamparada, encargada de hacer los mandados y la limpieza de la casa a cambio de la comida, mas luego, cuando su desviación fue descubierta, los tíos que hacían alarde de un catolicismo arraigado en la familia la echaron en el acto, aquella tarde que encontraron seduciendo a Nanita, la más hermosa de las hijas del tío Rigoberto; el acto colmó de ira y de repugnancia al viejo quien no dudó en lanzar las pertenencias de tata a la calle. Ahí empezó el éxodo de Sonia que era su verdadero nombre, le llamaban la Tata porque gustaba tararear canciones criollas, música a la que amaba y con la que más de una vez dio sonoras serenatas a sus potenciales víctimas, las que pese a su fealdad encontraban cierto agrado en su compañía, otras veces la manera de acercarse a las candidatas para su desviación era la simple propuesta de comer un pollito a la brasa, el método le resultó eficaz y muchas veces le dio espléndidos resultados, sin embargo también tuvo muchas negativas a sus bajas propuestas, por eso Tata se había convertido en un ser cauteloso y reservado.
Javier empezaba a quebrarse. Los días y las sospechas se fueron uniendo en un triste desenlace, mientras Tata ganaba espacio, Javier algunas noches llegaba borracho o de madrugada, cansado de seguir viviendo una mentira. Tata, mientras tanto empezó a habitar la casa cada vez con más frecuencia.
Un domingo Javier entró de improviso a la cocina y encontró a Tata abrazando a Claudia por la espalda, acariciando sus pechos con vehemencia, mientras sus labios unidos se besaban con pasión; su respiración se detuvo, su cerebro sintió un extraño adormecimiento, sus piernas a duras penas
se mantenían erguidas.
se mantenían erguidas.
Ellas se dejaron. El silencio fue absoluto. Javier volvió al cuarto donde el pequeño Ernesto miraba el Chavo del Ocho, lo encontró con la cabeza pegada a la pantalla, intentando entrar a la vecindad.
-Papito, quiero entrar a la vecindad del Chavo- dijo el niño sumido en el llanto por el vano intento del televisor. Los dos se abrazaron, fuerte, muy fuerte y pegaron las cabezas a la pantalla para ver si podrían, esta vez juntos, entrar a la vecindad definitivamente y para siempre.
1 Comments:
At 5:25 PM, Anonymous said…
Enjoyed a lot! http://www.gamestoplay8.info/review_on_boze_headphones.html My emotions cosmetic store Turbo parts for isuzu european union cosmetics directive http://www.hair-loss-in-man.info/female-hair-loss-remedy.html american swiss cosmetics farmer insurance maryland laser tatoo removal seattle http://www.weight-loss-pills-5.info/cosmetics-directory-15.html Used wheelchair vans texas 2002 acura tl radio Renault laguna gt clinique cosmetic outlets
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