Un hombre de palabra
HOJA DE VIDA. Estuardo Núñez, a sus 98 cumplidos bien cumplidos, no está para vanos egos: él no se dice historiador, sino ensayista. Es uno de los más reconocidos estudiosos de la literatura peruana y no se detiene, solo descansa un poco. Su mente y su cuerpo siguen activos.
Por: Ricardo León
Estuardo Núñez (Lima, 1908) ha vivido desde dentro el desarrollo de las letras mayores peruanas. Muchos lo relacionan por su íntima amistad con Martín Adán (don Estuardo puso su cuota imaginativa al decidirse el seudónimo de Rafael de la Fuente Benavides) y con Emilio Adolfo Westphalen, su cercanía a José María Eguren, pero él en sí es una catedral que reúne un siglo de historia literaria y más. Como los grandes intelectuales, creció en el mundo de las letras de la manera más pasional del mundo: aprendió a leer en la máquina de escribir de su padre. Pocos años después, como Kafka, una serie de enfermedades lo tumbaron en la cama durante temporadas en las que intercalaba la lectura con la fantasía, las primeras fantasías, las primeras críticas, las primeras letras. Y, cómo no, sus primeros libros decisivos los leyó yendo y viniendo del Colegio Alemán, en el tranvía. Leyendas vivas, que les dicen.
¿Qué más recuerda de su primera infancia?Fue muy agradable, fui muy mimado porque por mucho tiempo no tuve hermanos, tenía un ama que me cuidaba y después mis padres, quienes me comenzaron a orientar en las lecturas. Comencé a leer mucho, pero en mi casa porque por las enfermedades que tenía, las vías respiratorias no funcionaban bien y tenía resfriados y fiebrecitas. Eso afectó mi regularidad en los estudios, casi perdí un año del colegio. Ahí, en el Colegio Alemán tuve mis primeros contactos con la literatura.
Usted pertenece a una generación literaria privilegiada. Mi generación coincidió en su composición con alumnos en un colegio que no era común, sino de cierta selección; ese colegio orientó los estudios a métodos modernos que incluían mucha lectura, cantos, cierta inclinación a la cosa literaria. Ya luego, cuando entré a San Marcos, ya tenía definida mi vocación literaria.
Doctor en Letras con una tesis sobre la poesía de Eguren, graduado de abogado con una tesis sobre la influencia alemana en el derecho peruano, en aquellos años 30 la Universidad Nacional Mayor de San Marcos le mostró los otros colores del mundo --luego se hizo catedrático y desarrolló, entre otros, estudios de literatura comparada--. En esa época conoció, además, a Carlota Carvallo, que luego fue su esposa. Ella también le mostró los otros colores de la vida: era pintora.
¿Cómo era esa relación con Carlota?En realidad, el mundo nos unió. No era algo que pudiéramos elegir, sino que el mundo nos fue llevando. Familiarmente incluso, mi mujer, la única mujer que ha habido en mi vida, ella era una descendiente de inmigrantes europeos. La misma cultura que yo recibía en el colegio y en mi casa se afirmaba por el lado de mi esposa. Había muchas coincidencias.
Formaron una familia grande.Siete hijos. Uno murió relativamente joven, poseía muchas capacidades, extraordinarias capacidades creadoras. Se llamaba Hernando Núñez Carvallo. Mis otros 6 hijos viven aún y espero que me sobrevivan
¿Cuánto tiempo lleva sin su única mujer?Son 26 años, ella falleció en el 80. Fue una enfermedad degenerativa. Ella en realidad casi tenía mi misma edad, apenas había un año de diferencia entre ella y yo, pero comenzó a decaer mucho más pronto que yo, al punto de que yo la sobrevivo desde hace años y sigo viviendo.
Usted dijo alguna vez que los 90 años son algo relativo, pero ahora casi tiene 100. ¿Sigue siéndolo?Sí, porque conservo mis habilidades intelectuales y puedo seguir viviendo y sirviendo a la cultura del país a pesar de mis años. Prácticamente no tengo contemporáneos. Los que me han acompañado en la vida, por los que he tenido un particular aprecio en la vida, por los cuales pude haber captado algún elemento importante en mi desarrollo cultural, todos han muerto.
El más reciente libro publicado por Estuardo Núñez se titula "Los tradicionistas peruanos" y fue publicado en el año 2001. En él se presenta una antología magistral de textos, de 'tradiciones' escritas en los últimos 150 años. Es una obra impecable que revitaliza la vigencia de Ricardo Palma en aquello de ver la literatura de un país mirando hacia el pasado, hacia sus propias raíces.
Usted hasta hace poco ha seguido publicando. ¿Hay algo que esté quedando en el tintero?Yo tenía un panorama muy amplio para continuar produciendo. Hubiera querido desarrollar una actividad cultural personal a pesar de mis años, pero el mundo actual abre unas posibilidades increíbles porque tiene ese carácter un poco ecuménico de cubrir toda la cultura. Yo nací en una época en la que era muy estricto el contacto entre los ideales culturales y había una distancia enorme entre lo europeo y lo americano. En cambio ahora ya no quedan tierras por descubrir.
Si bien ya casi no escribe, aún sigue pegado a la lectura.Bueno, ahora escribo muy poco. Quiero organizar un poco las cosas que he trabajado, hay ciertas cosas que faltarían, que podrían publicarse si es que concluyo pequeños programas que tengo interrumpidos.
Barranquino desde pequeño, don Estuardo llevó la afinidad por su distrito hasta el sillón municipal, siendo alcalde en 1956. Pero es solo un breve capítulo en una vida estructuralmente apolítica y más bien humanista. Es más, ese breve período como autoridad casi flota en la memoria de un hombre que ya casi tiene 100 años y sin bastón ni silla de ruedas.
Nunca más participó en política.Nunca más, estuve 10 años vinculado a la vida política. No me ha gustado nunca porque siempre depende de intereses subalternos. A mí me gusta el mundo intelectual.
¿Cómo es la vida a los 98 años?Me traslado poco dentro de la ciudad. Antes podía, hasta hace pocos años, movilizarme en auto manejando yo mismo, trasladándome en una forma intensa para ir de un sitio a otro y ahora tengo que pensarlo dos veces porque no tengo chofer y porque ha caducado mi brevete. Estoy desprovisto de movilidad propia.
A esa edad, sin duda, la muerte ya es un tema coyuntural, casi.La muerte no me interesa en absoluto. Soy un candidato más. Unos tienen muchos años por vivir, otros tenemos cortísimos tiempos por delante. No sé cuando va a terminar mi dotación de capacidades de vivir. Lo único que desearía es no perder todas mis facultades que han ido desgastándose.
Hay quienes tienen cierta ansiedad o incertidumbre a estas alturas, pero a usted más bien se le nota absolutamente indiferente, sereno.Eso me permite vivir. ¿Para qué me voy a preocupar por eso? He vivido 98 años. ¿Qué preocupación puede haber en seguir viviendo y además cada vez más solo? Porque ya no es cuestión de perder amigos, sino también familiares.
Desde niño, y con el siglo, usted ha vivido diversas evoluciones paralelas. La vida es una lucha. Uno tiene que luchar contra el tiempo, en primer lugar, contra el paso del tiempo. Ya eso es una limitación de orden intelectual. Y después hay que luchar contra los intereses que afectan a uno o a los allegados a uno. Yo no he estado ligado a lo político sino a lo intelectual y sobre todo con bastante independencia. He trabajado mucho y he capitalizado parte de este trabajo, trabajo cuyos medios de vida he mantenido, no he dilapidado y eso me permite tener una vejez tranquila, sin preocupaciones de orden económico.
¿Todos los títulos honoríficos que le han dado últimamente lo han llegado a perturbar?Nunca me ha gustado ostentar porque la ostentación supone herir un poco el respeto a la capacidad de hacer lo mismo de los demás. De manera que siempre me ha preocupado porque mi actividad podría cruzarse con la actividad del prójimo y yo soy muy respetuoso de la independencia y la convivencia con los demás.
Y por eso le ha ido bien.Y por eso me ha ido bien.
LA CULTURA PERUANA PASA POR SUS MANOS. La vida literaria de Estuardo Núñez ha sido siempre fecunda y su aporte a la cultura es invalorable. Algunos de sus más importantes libros son "Panorama actual de la poesía peruana" (1938), "La literatura peruana en el siglo XX" (1965), "Obras selectas de Pablo de Olavide" (1987), "Viajes y viajeros extranjeros por el Perú" (1989), "Viajeros hispanoamericanos" (1989), "Las letras de Francia en el Perú" (1997), y "Los tradicionistas peruanos" (2001). Durante su vida ocupó varios cargos como director de la Academia Peruana de la Lengua y director de la Biblioteca Nacional. Y entre sus muchos reconocimientos recibidos en el Perú y el extranjero, el más reciente, entregado este año, ha sido la Orden El Sol del Perú en el grado de Gran Cruz.
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